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El amor en tiempo de redes

Si consiguiéramos una máquina del tiempo que trajese a nuestros días a una pareja de enamorados de la Edad Media o, sin irnos tan lejos, de los años cincuenta del pasado siglo, probablemente no sabrían qué hacer para mostrar su interés sentimental por el otro. Ahora no hay cartas manuscritas y fogosas, peticiones de mano al padre de la novia ni demás tradiciones amorosas duraron siglos. Sin embargo, la tecnología nos ha dado una poderosa herramienta para el cortejo moderno: las redes sociales.

Según el estudio Digital 2019: Global Digital Overview llevado a cabo por We are Social y Hootsuite el pasado mes de enero, Instagram es la red social con mayor crecimiento: ha logrado duplicar su número de cuentas en apenas dos años y supera ya los 1.000 millones de usuarios al mes. De ellos, la mayoría son jóvenes de edad comprendida entre los 18 y los 34 años y más de la mitad utilizan la aplicación a diario. Precisamente, aquellos que han nacido con las nuevas tecnologías y las redes integradas en su personalidad son quienes más expuestos están a las complicaciones (digitales) en las relaciones humanas.

Hace poco más de dos años, Tania Rodríguez Salazar y Zeyda Rodríguez Morales, investigadoras de la Universidad de Guadalajara (México), publicaron El amor y las nuevas tecnologías: experiencias de comunicación y conflicto, un artículo que recoge los resultados del estudio llevado a cabo con un grupo de jóvenes donde analizan cómo las redes amplían las zonas de observación y vigilancia del otro, y refuerzan ciertos componentes del modelo del amor romántico. De su trabajo se desprende la coexistencia de dos grandes tendencias relacionadas al uso de las tecnologías afectivas: una que tiende a liberar la búsqueda de la pareja y ampliar el espectro de parejas potenciales, facilitando el emparejamiento con los demás; y otra que tiende a la pervivencia de mecanismos de control, que incrementa las sospechas y la vigilancia. «Los jóvenes tienen mayores opciones tecnológicas para explorar el mundo de las personas que les interesan, de sus experiencias y amistades, sin la necesidad de consultarlas directamente, y estas opciones son generadoras de conflictos en relaciones iniciales o establecidas. Los jóvenes toleran o minimizan muchos de los actos de control a través de las tecnologías de comunicación, además que los practican con escaso sentido autocrítico. Las normas que regulan los usos de esas tecnologías en las parejas todavía son muy laxas y los jóvenes no han encontrado criterios para distinguir cuándo el sentido de propiedad y los celos constituyen una amenaza a la libertad y la autonomía, más que un signo de amor», concluyen.

Felicidad vs. posteo: la realidad tras las pantallas

Si compartimos lo que comemos, los sitios a los que vamos de vacaciones o lo que nos divertimos con nuestros amigos, no es de extrañar que los perfiles en redes sociales se conviertan en el diario de abordo de nuestras historias de amor. Desde que subes la primera foto de ese alguien/ momento especial, hasta que se convierte en un personaje habitual en tus historias y publicaciones, tus seguidores se convierten en espectadores activos de una relación en la que también participan: dicen lo guapos que están, que hacen buena pareja o lo mucho que desean disfrutar el momento. Aunque un perfil repleto de momentos de felicidad no significa que no haya problemas en el paraíso.

Un estudio capitaneado por la investigadora Lidia F. Emery, de la Universidad de Northwestern –en colaboración con otros investigadores de las universidades estadounidenses de Wisconsin y Haverford y la de Toronto (Canadá)–, concluyó que las personas con mayores índices de ansiedad eran las que más deseaban tener visibilidad en las redes sociales debido a que esta exhibición les servía para compensar su propia inseguridad: cuando las personas se sentían más inseguras respecto a los sentimientos que su pareja tenía hacia ellos, más tendían a hacer visibles sus relaciones en el plano virtual, en este caso, en Facebook, plataforma que sirvió como base al estudio.

El experto incide en lo que, para él, es el problema de base de este tipo de comportamientos en las redes sociales: la necesidad creada de compartir constantemente lo que hacemos o airear a los cuatro vientos nuestra vida privada. «Es muy importante que sepamos que lo que estamos mostrando es ficción, es un constructo deliberado que nosotros nos hemos esforzado en elaborar. No hay más que ver el comportamiento de la gente en las playas o de las parejas en los parques: sus gestos no son algo genuino o espontáneo, ensayan besos y poses hasta que la foto quede bonita con intención de colgarla y recibir con ello un número determinado de ‘me gusta’», remarca.

Lo que hay después del amor: ¿bórrese en caso de ruptura?

Otro de los problemas aparejados a la sobreexposición de las relaciones en las redes es cómo actuar cuando estas se terminan. Si en las relaciones en la vida 1.0 es casi siempre complicado afrontar una ruptura, las redes no hacen que sea más fácil en el mundo digital. Aunque en Instagram no tengamos que pasar por el trance de deshacernos de aquello que nos regalaron o de los restos de una vida compartida cuya sola presencia ahora hace tambalearse nuestra estabilidad emocional, las separaciones convierten nuestros perfiles sociales en verdaderos muros de las lamentaciones.

«Cuando las parejas rompen, al menos uno de los miembros está pendiente de lo que hace el otro y cómo se comporta en redes. Si parte del duelo de una separación tiene que ver con que exista una distancia física, ahora, aunque nos alejemos del otro, la distancia virtual no se produce. Eso hace que el proceso de duelo no siga su curso natural, algo en lo que también influye el hecho de que estemos dándole vueltas a lo que estarán pensando los demás de cómo me estoy comportando yo o mi expareja en Instagram», incide Arriaga. Sin embargo, por desgracia no existe una receta universal para saber qué hacer cuando eso sucede. «La tecnología de la inmediatez nos permite tomar decisiones a golpe de dedo. Por un lado, puedo borrar las publicaciones y eliminar todo rastro de mi relación si siento una pulsión física de ira que me impulsa a hacerlo, como si con eso eliminase por completo el pasado. Por otro, tengo abierta la posibilidad de seguir pendiente de lo que hace la otra persona si siento la necesidad de ello. Antes, el guardar las fotos al fondo del cajón nos permitía que, en el momento en el que mi duelo me permitiera abrirlo, podría volverlas a ver y eso significaba que psicológicamente estaba preparado para ello», incide. Ahora, eso es más difícil que suceda, o al menos de forma tan pausada o meditada.

El problema que subyace al mal uso de las redes sociales –la construcción de la autoestima cimentada en el número de likes– es peligroso en todos los sentidos, pero si cabe en el plano amoroso es incluso peor. «En una pareja, se supone que hemos construido lazos de intimidad muy potentes con el otro. Si se produce una separación, pero seguimos viéndolo a diario, esos lazos no se terminan de romper y se crea un concepto de necesidad autoimpuesta de saber de él que antes no existía», explica.

Ahora, sabemos que no somos los únicos con conductas de este tipo cundo pasamos por una ruptura amorosa, solo queda ir desprendiéndonos poco a poco y usar las redes sociales para avanzar.  ¡Feliz día del amor y la amistad! Y que el amor hacia los nuestros sea prioridad.

¡Hasta la próxima!

Fuente: ethic.es/2019/08/el-amor-en-tiempos-de-instagram/